Nuestro doctor Iñaki Rodríguez Aguirreche, especialista en glaucoma y miembro de la Sociedad Española del Glaucoma (SEG), advierte de que el 50 por ciento de la población desconoce que padece glaucoma, al ser una enfermedad “silenciosa y asintomática”.
En concreto, el glaucoma es una enfermedad crónica del nervio óptico que da lugar a una pérdida progresiva del campo de visión y que generalmente se debe a un exceso en la presión intraocular. Su importancia radica en que, generalmente, hasta fases avanzadas, se desarrolla de forma asintomática, es decir, sin que el paciente note nada.
Como señala el experto, el glaucoma “puede afectar a cualquier persona y a cualquier edad, pero existen circunstancias que predisponen a esta enfermedad”. Algunos de ellos son los antecedentes familiares (en muchos de los casos en una enfermedad de origen genético), tener miopía, ser enfermo de diabetes, la toma de corticoides de forma prolongada o la pertenencia a la raza negra. “De cualquier forma, el principal factor de riesgo se encuentra en la presión intraocular elevada. Este es, además, el único factor que puede ser modificado, de forma que sea posible alterar el curso de la enfermedad”, señala el especialista.
Diagnóstico a tiempo
Un diagnóstico a tiempo podría evitar la ceguera en el 95% de los casos y, para ello, solo hay que realizarse un estudio que mida la tensión ocular y un examen del nervio óptico, pruebas ambas indoloras y rápidas.
De hecho, el principal factor de riesgo del glaucoma es la presión intraocular elevada. Debido a su curso lento, la mitad de los pacientes con glaucoma están sin diagnosticar. El doctor Rodríguez Aguirreche señala que “es fundamental realizar una revisión oftalmológica a toda persona mayor de 40 años”.
Con posterioridad, las revisiones deberían realizarse cada 2-4 años. En casos de mayor riesgo, en los que se cuente, por ejemplo, con alguno de los antecedentes que predisponen a sufrirlo, se recomienda empezar con 35 años y, a partir de dicho momento, de forma bianual.
En la actualidad, esta dolencia no tiene un tratamiento curativo y entre los tratamientos actuales, se encuentran el farmacológico, con láser o cirugía. El más común es el farmacológico, que consiste en la administración crónica de colirios para reducir la presión intraocular, que puede ralentizar e incluso frenar la enfermedad.
Tal y como apunta el especialista, “en los últimos años se han producido mejoras en el diagnóstico, con aparatos más sensibles para observar los daños iniciales del nervio óptico y una mejor identificación de la progresión de la enfermedad”. También se han producido avances en la regeneración del nervio óptico en animales, pero aún quedan lejos los avances en humanos, para lo que los científicos siguen investigando.