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ICQO Mendi Taldea (IMT)

ARTÍCULO · Ramón Múgica

 

Corrían rumores. Se propalaron imparables, alcanzando los rincones más recónditos del planeta. El foco de donde partieron aún no ha podido ser identificado con absoluta certeza. Se barajan diferentes hipótesis: que si fue el Párroco de Arbáiztegui, o fueron las farmacéuticas de Panticosa, o Amalio, el kioskero de Gran Vía, 42, u otra especie de trasnochador o gente madrugadora o de difícil sueño.

Claro: a aquellas horas de la mañana, antes de que quebraran albores y cantara el gallo, daba que recelar el cruzarse con un grupo de entusiastas muchachos (resulta difícil precisar su edad), que ataviados como para una expedición al Polo, cruzaban la calle, tomaban un sendero y se perdían por la ladera del monte. Quién aseguraba que se trataba de un grupo revolucionario, hipótesis que ganó muchos enteros cuando se conoció que aquella banda giraba bajo las sospechosas siglas IMT (que mentes calenturientas aficionadas a descifrar mensajes tradujeron por “Independencia en Mitad de la Tormenta”); quién que era un hatajo de contrabandistas; quién proclamó que unos gamberros alborotadores que volvían de juerga a horas intempestivas; … Afortunadamente, el misterio acabó por desvelarse y entonces, todos los que habían lanzado acusaciones dijeron: ¡si eso ya lo decía yo!, como si ninguna responsabilidad hubieran tenido en darle fuelle al bulo.

IMT, una asociación de montaña integrada por tan afamados montañeros como conspicuos gastrónomos.

Porque el IMT es algo inocente y hasta sano. Bueno, esto de sano con algún matiz que luego se explicará. IMT es acrónimo de ICQO MENDI TALDEA, una asociación de montaña, integrada por tan afamados montañeros como conspicuos gastrónomos, que la montaña y el buen yantar no son cosas incompatibles si se saben combinar bien los tiempos de las dos aficiones. 

Todo empezó en el ICQO, donde un grupo de médicos coincidió en su amor por la montaña. Crearon escuela paso a paso y se apuntaron después otros compañeros del Instituto, que fueron bien recibidos por el embrión de oftalmólogos pioneros. La contemplación de valles, de cimas, del camaleónico cielo en su mudanza de colores y humores, parece desplegar un efecto benéfico sobre la visión y no es de extrañar que en las primeras excursiones se afanaran los montañeros en realizar pruebas de optimetría que luego analizaban en el laboratorio. Allí marchaban Javier Araiz, Juan Durán, José Ignacio Recalde, Roberto Fernández y Fernando Hormaechea, la primera promoción, la más veterana (que no la de más edad necesariamente) del proyecto. 

Los esfuerzos y sacrificios asociados al montañismo (cansancio, sudor, sed, calambres, extravío, …) encuentran adecuada compensación en la contemplación de la belleza del paisaje, en la íntima sensación de fusionarse con la naturaleza y ser uno con ella, en el clima de compañerismo en la dificultad (que se manifiesta en palabras de ánimo o tomando parte de la carga del que marcha extenuado,…) y, por qué no decirlo, también en las sentadas para comer, cenar, comentar y hasta… cotillear si se tercia. Pero, por encima de todo esto, la satisfacción de poder contarlo con orgullo, suscitando la admiración y hasta la envidia (y hay que tratar de provocarla, aunque sea a costa de exagerar un algo los méritos del hombre y las dificultades del recorrido –orografía, presencia de animales del bosque de estremecedor tamaño: no menos que osos y jabalís-), porque la estatura del hombre llega hasta donde se eleva sobre la cima que conquista. Decía Bismarck que “nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería”. Cabe decir que también se exagera mucho después de una travesía de montaña. 

Todo empezó en el ICQO, donde un grupo de médicos coincidió en su amor por la montaña.

Una segunda oleada vino a enriquecer la Asociación con la incorporación de Fernando Juarros, Isidro Baniandrés, Gerardo y Carlos Aranguren, Miguel Hormaechea, Borja Ruiz y Ramón Múgica. Esta hornada contribuyó definitivamente a dar al grupo una elegancia de la que tal vez antes carecía. Se podía percibir no solo en los atuendos y equipos, más actualizados (mientras los pioneros seguían empeñados, tal vez para resaltar su pedigrí, en utilizar los materiales tradicionales, el cáñamo y las Chirucas), sino también, y muy particularmente, en la forma de dirigirse a otros montañeros con los que ocasionalmente se cruzaban en los altos, pues al primitivo y adusto “¡aúpa, pues!” y al “¡ondo!” que seguían utilizando los veteranos, ahora se incorporaba el civilizado “buenos días”, “buen camino”, “ánimo, que ya llegáis”, y otras expresiones que, aunque menos contundentes, autóctonas y sonoras, eran más refinadas. Otra novedad introdujeron los recién incorporados: extendieron la costumbre de poner apodos. Isidro sería conocido como “Siete Leguas”, por su pasmoso tranco y su velocidad de crucero; Fernando fue rebautizado “Polvorilla”, siempre inquieto, ocurrente y sorprendente, embutido en su capa verde militar los días de lluvia y los demás también; Javier “Pie firme”, por su tesón y regularidad; y así sucesivamente. 

Desde el año 2010, en que el IMT dio comienzo a su aventura, han ido cayendo en su saco una tras otra las cumbres más difíciles y renombradas de las cadenas montañosas, de las más próximas y de las más remotas. Del País Vasco: Anboto, Unzillaitz, Alluitz, Gorbea, miles de veces (recordad a Bismarck), Eretza, Txindoki, Aitzgorri,…; de Navarra: San Donato, Irumugarrieta,…; de los Pirineos, Mesa de los Tres Reyes, Anayet, Taillón, Garmo Negro, Bisaurin, Anie, Atxerito, Castillo de Acher…., en Soria se ascendió el Moncayo, en Palencia el Curavacas y el Espigüete. Y cientos de cumbres más, que la natural modestia del montañero aconseja reservar. Las aproximaciones al Pirineo se han institucionalizado: es cosa sabida, que no necesita advertencia, que el primer fin de semana de cada julio acudimos a esa cordillera fronteriza. Y en octubre solemos mirar más hacia el Sistema Ibérico y la montaña palentina.

Los sacrificios asociados al montañismo encuentran compensación en la belleza del paisaje. 

No es el momento de contar por lo menudo lo que se ha vivido en las travesías. Hemos atravesado ibones pirenaicos en Aragón, avanzado bajo cascadas, saltado con diversa fortuna para superar espumeantes y peligrosos rápidos y arroyos, escalado, hollado placas de hielo con crampones y también a suela lisa. Nos hemos enfrentado, sin más recursos que nuestras manos desnudas, a fieras de la montaña con toda decisión: ¡hay que ver cómo corríamos, sin titubeo alguno! Hemos soportado aguaceros, tormentas pirenaicas, diluvios, torturadores cantos de piedra que destrozan las piernas. Hemos sufrido terribles agujetas que durante días eran celebradas por nuestros compañeros de trabajo, risueños e inmisericordes flageladores cuando el padecimiento es ajeno. A veces, sumergidos en cortinas de agua semejábamos sombras de ultratumba. Pero, bueno, no es cuestión de contar los avatares y las hazañas que hemos vivido, porque por mucho realismo y vigor que se intente imprimir al relato no íbamos a ser capaces de transmitir ni en insignificante medida toda la intensidad de la épica montañera. Así que el que quiera conocerla que se eche al monte, que es muy cómodo leerla en el sofá de casa, donde la imaginación no alcanzará nunca la realidad como tampoco el tirachinas alcanzará la luna. 

Pero, junto a las dificultades, no pueden olvidarse los momentos maravillosos. Si no los hubiera todo quedaría en masoquismo. Me voy a referir ahora solo a tres de esas muchas satisfacciones que la montaña regala. En lo físico, la montaña nos acerca al cielo; en lo social, al cielo de la buena amistad, desprendida, solidaria, auténtica; en lo espiritual, además de la Misa a la que asistimos con recogimiento sincero, las cenas en las que comentamos cómo ha transcurrido el día, charlamos de temas de actualidad, de asuntos particulares, de preocupaciones, esperanzas y anhelos,… son balsámicas. Y entonces, en esas cenas, me da por pensar que el cielo, el cielo espiritual, debe de ser algo muy parecido e imagino que en ese cielo han de tenerse las mismas sensaciones que vivo cuando, en torno a la mesa, cada uno en su yo y liberado del papel que el teatro del mundo le ha asignado o él se ha fabricado, hacemos balance, cansados y felices, del día que se apaga.

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