José Ignacio ha sido un AMIGO. Por antigüedad, pues nuestra relación se inició hace casi medio siglo; por intensidad, al haber estado unidos en momentos complicados para ambos, y por afecto mutuo, algo que los dos llevábamos adentro.
La ausencia de alguien querido provoca el desgarro de una parte de nosotros y remueve recuerdos que parecían olvidados. Pero, aún más que eso, lo que me viene en el caso de José Ignacio es su carácter, la bonhomía inherente a él y que mantuvo a lo largo de su vida. “Hacer el bien” fue su consigna, de la que no hizo alarde pero que percibió todo aquel que le conoció. Se preocupaba de su entorno, creando un clima cálido y amable a su alrededor, ahuyentando conflictos y sinsabores. Sonreía ante una provocación amistosa, buscaba una salida ante la beligerancia, aliviaba tensiones que surgían en su entorno. Añadamos su generosidad proverbial y de la risa con la que celebraba el humor. También fue un hombre informado, culto, interesado en la Historia y en los avatares de la actualidad. Quizá eso le hizo saber cuál era su lugar en el mundo.
Persona de modos lentos, pausados, de hablar sosegado. Generaba confianza porque era leal y honesto. Y todo ello, aderezado con un toque de prudente optimismo.
A nadie le cabe la menos duda de que José Ignacio fue un hombre de bien, de que su presencia contribuyó a mejorar el mundo y a quienes tuvimos la suerte de estar cerca de él.
DEP










