La rosácea ocular constituye una dolencia inflamatoria crónica que, con frecuencia, se presenta asociada a la variante cutánea de esta patología, también de carácter inflamatorio y persistente. Esta última afecta principalmente al rostro, provocando enrojecimiento y la aparición de erupciones faciales. En España, se calcula que aproximadamente un 5 % de la población —más de dos millones de personas— sufre rosácea cutánea, aunque apenas un 1 % cuenta con un diagnóstico médico oficial. A pesar de que ambas formas suelen coexistir, la ocular puede manifestarse de manera independiente. De hecho, estudios estiman que hasta un 56 % de quienes padecen rosácea cutánea también presentan síntomas oculares, si bien esta variante es a menudo infradiagnosticada.
La incidencia de esta enfermedad es mayor entre individuos de piel clara y adultos con edades comprendidas entre los 30 y los 50 años. En lo que respecta a la rosácea cutánea, esta tiende a afectar más a mujeres, mientras que la ocular presenta una distribución equitativa entre ambos sexos.
Síntomas y diagnóstico de la rosácea en los ojos
Según la doctora Cristina Sacristán, especialista en oculoplastia del Instituto Clínico Quirúrgico de oftalmología (ICQO), los signos de la rosácea ocular pueden ser diversos y en ocasiones más sutiles que los de la forma cutánea. Entre los indicios más comunes se encuentran la sequedad ocular, el enrojecimiento y la inflamación de los párpados. No obstante, en determinados casos los síntomas pueden ser más notorios e incluir visión borrosa, fotofobia o infecciones recurrentes como orzuelos o conjuntivitis.
Estas señales pueden preceder, coincidir o seguir a las manifestaciones cutáneas, e incluso surgir de forma aislada. Además, su severidad no siempre guarda correlación directa con la intensidad de los síntomas dermatológicos.

Factores implicados
Aunque las causas exactas de la rosácea ocular siguen siendo desconocidas, la doctora Sacristán apunta a una serie de factores que podrían estar implicados en su aparición o agravamiento. Entre ellos se encuentran la presencia de ácaros en las pestañas, la obstrucción de las glándulas palpebrales, infecciones bacterianas, predisposición genética y condiciones ambientales desfavorables.
Algunos elementos que influyen en la rosácea cutánea también pueden exacerbar la ocular. Entre ellos figuran los alimentos muy condimentados o calientes, el consumo de alcohol, la exposición a temperaturas extremas o al sol, el estrés y la actividad física intensa. Por otra parte, diversas investigaciones sugieren posibles vínculos entre la rosácea y ciertas alteraciones sistémicas, como el colesterol elevado, la hipertensión o trastornos digestivos como la enfermedad celíaca o la infección por Helicobacter pylori.
Tratamiento y abordaje
El manejo de esta enfermedad suele comenzar con medidas de cuidado local. Se recomienda una higiene palpebral meticulosa mediante productos específicos, así como el uso de lágrimas artificiales para paliar la sequedad ocular. Es aconsejable, por ejemplo, abstenerse de usar maquillaje en momentos en que los párpados estén inflamados.
En los casos en que las molestias persistan, pueden requerirse tratamientos tópicos adicionales. Las formas más graves exigen la administración de medicamentos orales que contribuyan a controlar el proceso inflamatorio. Una alternativa terapéutica eficaz es la Luz Pulsada Intensa (IPL), que ha demostrado beneficios significativos, como la reducción de la inflamación, la mejora en la función de las glándulas meibomianas y la estabilización de la película lagrimal.
La rosácea ocular puede afectar notablemente la salud visual y la calidad de vida de quienes la padecen. Por ello, el reconocimiento temprano de sus síntomas resulta esencial para iniciar un tratamiento adecuado que no solo permita controlar los brotes, sino también favorecer el bienestar general del paciente.